Te agradecemos, Maestro Jesús, desde lo más profundo de nuestras almas y nuestros corazones, tu enseñanza divina, tu divina presencia en este plano, tu enorme luz que alimenta todo lo bueno y lo divino, cuanto ha existido, existe y existirá en este mundo.
Es curiosa la suerte de los hombres, cuando deben renunciar para aprender a poseer en verdad, para aprender que la posesión verdadera es solo la conquista y el reencuentro con la parte divina que vive en él. Cuando debe saber, que lo que realmente se atesora en la vida, es el objetivo divino de crecer en espíritu y unirnos al espíritu divino. Errada la suerte de las personas cuando el mundo les enseña a atesorar el egoísmo, a ser mundanos y perseguir bienes, a ultrajar y denigrar su propia esencia en pos de tener una vida terrenal prospera según la percepción que rige a los hombres, cuando el camino es absolutamente contrario.
Porque, el que se mantiene hundido en las pasiones, se mantiene unido en lo que ya ha muerto, porque mientras existe, todo lo mundano va dando pasos hacia la aniquilación. Por ello, no consideramos valido el perseguir riqueza, esta no lo acercara a la vida eterna, por eso, no persigan nada que le pertenece al mundo. Lo que existe, pero no de manifiesto, lo etéreo, porque su forma verdadera es tan pura que solo el espíritu divino lo puede percibir.
Que no busquen solo la manera de salvar sus vidas y de salvar sus almas, pues la naturaleza nunca ha enseñado que se subsiste y se desarrolla uno solo, sino que sois parte de un todo, que debes mostrar amor, misericordia y mansedumbre hacia otros, para que lo mismo sea dado a ti, que debes mostrar paciencia y perseverancia a otros para que estas virtudes arraiguen y crezcan en ti.
Que no debemos olvidar que la naturaleza nos ha dado el ejemplo supremo de misericordia, de transfiguración de la arena en montaña, de la semilla en árbol, de la célula en ser y del hombre en Dios, en el Dios interior, en la parte divina dentro de cada hombre. El espíritu del cielo es benignidad, mansedumbre, paciencia y amor, y así debemos obrar siempre, como el cordero que siempre busca al pastor, como el aprendiz que siempre escucha a el Maestro, como la luz que no deja de brillar, como la oveja de un rebaño, como quien siempre obedece y sosiega sus pasiones frías y egoístas, carentes de Dios, carentes de amor o cualquier cosa buena. Llenas de lo que pierde al espíritu en lo mundano.
Permítenos, Maestro Jesús, seguir tu ejemplo de amor y luz al prójimo, y un día, un tanto libres de las intempestivas mareas del egoísmo y la maldad, permítenos con tu enseñanza, conocer o vislumbrar el Yo eterno, divino; y alimentarlo, para que al final de nuestras vidas, cuando nuestros ojos se apaguen, brille más que nunca la sagrada luz de la presencia de Cristo en nosotros, del espíritu divino.